Título: Flores
Autor:
Gabriela
Mistral
Escuchas el
dueto en las
voces de:
Teresa López(
Lunanueva)
y Jandra
No te
entiendo,
mama, eso
de ir
esquivando las
casas
y buscando con
los ojos
los pastos o
las mallacas.
¿Nunca tuviste
jardín
que como de
largo pasas?
Acuérdate, me
crié
con más cerros
y montañas
que con rosas
y claveles
y sus luces y
sus sombras
aun me caen a
la cara.
Los cerros
cuentan
historias
y las casas
poco o nada.
Y a mí que me
gusta tanto
pegarme a
cercos de
casas
y traerte por
cariño
rosas y lilas
robadas...
No es que
deteste las
flores
es que me
ahogan las
casas.
Oye tú, cuando
las hacen
desperdician
las montañas,
apenas si
ellos las
miran
como si fueran
madrastras.
Claro, tuviste
el antojo
de volver así,
en fantasma
para que no te
siguiesen
las gentes
alborotadas,
pasas, pasas
las ciudades,
corriendo como
azorada,
y cuando
tienes diez
cerros,
paras, ríes,
dices, cantas.
Tapa tu boca,
que tú
no les pones
mala cara
y gritas
cuando los
Andes
con veinte
crestas
doradas
y rojas, hacen
señales
como madres
que llamaran.
Yo te gano la
porfía,
indito cara
taimada.
¿Cómo vas a
convencer
a la criada en
sus faldas
y guardada de
sus sombras
y de ellas
catequizada?
Me duermo a
veces
mirándolas,
tomada,
hundida en sus
faldas.
Y con
entregarme a
ellas
mis penas se
vuelven nada.
Ya no soy,
sólo son ellas
y lo que
manan: su
gracia.
¿Qué es lo que
tú llamas
gracia,
pobrecita que
no llevas
sobre ti cosa
que te valga?
La gracia es
cosa tan fina
y tan dulce y
tan callada
que los que la
llevan no
pueden nunca
declararla,
porque ellos
mismos no
saben
que va en su
voz o en su
marcha
o que está en
un no sé qué
de aire, de
voz o mirada.
Yo no la
alcancé,
chiquito,
pero la vi de
pasada
en el mirar de
los niños,
de viejo o
mujer doblada
sobre su faena
o en
el gesto de
una montaña.
Bien que me
hubiese
quedado
sirviéndola
embelesada,
pero fue mi
enemigo
la raya
blanqui-dorada
de una ruta de
un río y más
y más un mar
de palabra.
No te entiendo
¿por qué tú
siempre andas
pensando
para mí en una
parada,
en hoyos de
aburrimiento
de uña casa y
otra casa...?
Es que, como
el pecador,
amo y desteto
las casas:
me las quiero
de rendida,
las detesto de
quedada.
¿Y cuándo voy
a parar
yo, mama, si
tú no paras?
No te podría
dejar
en la tierra
ajena y rasa,
sin un techo
que te libre
de viento,
lluvia y
nevadas.
¿Cómo volvería
yo
a mis huertos
y a mi Patria,
a mi descanso,
a mi término,
al ruedo ancho
de mis muertos
y a la
eternidad
ganada,
dejándote a
media Ruta
como las almas
penadas?
Cuando
empezamos a
andar
tú no tenías
"compaña"
ni para la
noche ciega
ni las rutas
escarchadas.
Ya miraste, ya
aprendiste
cómo se
siembra y se
planta,
cómo se riega
el durazno
y la sequía se
mata,
y se ahuyenta
la peste
hasta que la
peste acaba.
Cuando mañana
despiertes
no hallarás a
la que
hallabas
y habrá una
tierra
extendida,
grande y muda
como el alma.
Apréndete el
oficio nuevo y
eterno.
Pide tierra
para ti,
cóbrala.
Es la tierra
en la que yo
tu pobre mama
fantasma
fue feliz como
los pájaros.
¿Te me vas,
di? Sí, ya vas
yéndote.
Porque ya me
estoy cansando
de ver y
contar
montañas,
me voy a
entrar por la
puerta
sin llaves y
sin murallas.
Déjame, déjame
entrar,
nadie se
allega a
fantasmas.
Aunque alinden
La Serena
y se la aúpen
a Corte
con Zar y
torres
doradas,
lo mejor
siempre serán
sus huertas
embalsamadas,
su oración
crepuscular
y el canto de
sus campanas.
Yo te sigo, la
mama, aúpame,
que voy a pata
pelada.
Salta las
cercas, no
temas,
esa huertera
no es mala.
Por allá
azulean uvas
y aquí las
flores casi
hablan.
¡Eh! ¿te
llenas los
bolsillos?
¿Y qué te
creías, mama?
¡Qué saqueo
estás
haciendo!
¡Uvas negras y
rosadas!
Y tú no me
ayudas, no;
y estás como
embelesada.
Sí, también
estoy
cogiendo,
pero no cosa
vedada.
Son gajos de
flores
rústicas
que tú me
escoges
trocadas,
porque no
sabes de
flores
y disparatas
al mentarlas.
Sigamos
andando digo,
te las miento
y doy
cortadas.
¿Ves? Te pesan
los racimos.
Las mías no
pesan nada.
Este manojo,
oyeló,
es no más gajo
de salvia.
¿Cómo que no
la conoces
si como tú, es
campechana?
Ella crece,
cunde, medra,
como cosa de
nonada.
Tú la has
visto en
cualquier
huerta,
pero no es
aseñorada
y medra hasta
en los
potreros
echando flor
azulada.
Mírala,
abájate,
huele.
Ya, ya. No vas
a olvidarla.
Mama, tú
hablas de las
matas
como si fueran
"cristianas".
¿Cómo te
acuerdas del
nombre
y del olor te
atarantas?
Calla y
miéntala una
vez,
dos veces,
tres, ya, ya
basta.
Ahora, ahora
esta otra...
Oye, yo me sé
los pájaros,
me los hallo
porque...,
cantan.
No te digo lo
demás,
porque de todo
te espantas.
¿Que tú los
coges, es eso?
luna-Ahora ya
no digo nada.
Ya entendí
¡qué cara fea!
Eso me cuentas
mañana.
Ahora estoy
dándote a oler
este romero de
España,
al que llaman
de Castilla.
La mama se lo
tenía,
pero ya me lo
olvidaba.
¿Es que tú
tenías huerta?
De eso no me
has dicho
nada.
Te escapas,
sacas el
cuerpo,
pero soy, has
de saber,
una fantasma
porfiada.
Y este otro
gajo cogido
es de
toronjil, ya
basta.
Pero si hemos
de seguir
así con las
manos dadas,
yo me tengo de
mentarte
lo que nunca
te mentaron.
Es muy lindo
bautizar
las criaturas
amadas
Mama, dices
"criaturas",
pero estos
pastos son
nada.
Ahora te pongo
a dormir
tu siesta.
Tiéndete y
calla.
A lo mejor te
dan lindo
sueño las tres
agraciadas.
Estás
amurrado,
sabes
duerme,
duerme, te
hago "nana"
Las flores de
Chile son
tantas,
tantas, mi
chiquillo,
que si te las
voy mentando
te azoran y te
atarantan.
Te voy a
contar de
algunas.
Párame si es
que te cansas.
Unas serán las
"catrinas",
otras,
campesinas
rasas.
Ya sabes que
no me sé
mucho a las
"aseñoradas"
que no quieren
doncelear
de las
campesinas
rasas
y les ponen el
mal gesto
que les dan a
sus cabañas.
Voy a decirte
lo que
con la pobre
menta pasa,
también con la
hierbabuena
e igual con la
mejorana.
¿Qué les pasa,
mama, di?
Que ellas
huelen todo el
año
y las rosas
una semana,
y tanto que
pavonean
de su garbo y
de su
gracia...